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Tras el caudal (I): De la acusmática al sonido cósmico

Millones de micropartículas se entrecruzan en el caudal, danzando a su manera para crear el movimiento del agua, su flujo, su constante variación. A su vez, el caudal es un mensaje reflejado hacia todas las cosas, también fluctuantes, también en movimiento. Es un recuerdo, de que nos cruzamos constantemente y que el devenir no es solamente aquello que sucede, sino también, y ante todo, aquello que se conecta.

Es la idea del caudal, su proceso, símbolo y reflejo lo que convoca a reunir las escuchas en la edición X de Auditum Fest, a celebrarse entre el septiembre 22 y octubre 2, donde la sonoridad, también veterana bandera del movimiento, será explorada dentro de la ciudad y sus propios flujos, buscando la transmutación, el choque y la permeabilidad de los cuerpos que la habitan. Esto a través de una serie de acciones, conexiones y resonancias donde la serendipia de lo inmóvil establece las coordenadas para la escucha, aquí asumida como una forma de habitar.

Al ingresar al camino del bosque del Jardín Botánico de Medellín, a lo llejos se divisa una vasija de barro colgando sobre una banca que sugiere sentarse e introducir la cabeza. Un acto sencillo pero radicalmente transformador en quien escucha (y ve), dado que la cabeza ubicada dentro de este pequeño espacio, se envuelve en un estado especial fruto de reunir la resonancia con el aislamiento: los sonidos se transforman según el medio, el espacio se altera y de repente es otra la sensación entre el adentro y el afuera, aquí contrastados, cruzados, cuestionados, expandidos.

En esta pieza, titulada Cabeza Raíz, obra de Mariana Pellejero y comisionada en colaboración con el Centro de Arte Sonoro de Argentina, no solo el sonido es transformado: la vista se obstruye con el barro, lo cual impulsa también a la experiencia de escucha misma, detonando una situación acusmática que permite una nueva escucha dentro de un espacio como el jardín botánico, donde se evidencia constante diálogo y pugna entre lo biofónico y lo antropofónico. De esta forma la maceta funciona no solo como un nuevo espacio para anular la mirada y filtrar el sonido, sino también como un campo de abstracción en la escucha, donde los sonidos mismos se transforman en su vaivén, pareciendo de repente otros, anulando por momentos la frontera de la representación y la semántica, sugiriendo un camino nuevo: una escucha imaginaria.

Al seguir más adelante en el camino, el caudal nos lleva a una situación cuadrafónica, donde las ocarinas y los paisajes sonoros de la Sierra Nevada esperan pacientemente para ser escuchados. Se trata de Wizhu: soplo del universo, la acción simbiótica de Luis Fernando Franco, quien lleva algunos años trabajando con estos ancestrales instrumentos de barro, también conocidos como wizhu, estudiados por el artista desde una profunda y directa conexión con comunidades indígenas como los Kogi, donde las ocarinas se consideran herramientas sagradas. En su concierto, que podría mejor llamarse ofrenda, Franco reúne no solo el sonido de ocarinas de diferentes tamaños, sino también relatos de las comunidades originarias y paisajes sonoros de estas zonas de Colombia.

Suenan tambores con ritmos tradicionales, en contraste con un esplendor de matices logrados mediante ocarinas de diversos tamaños, tocadas con diferentes técnicas que permiten extraer de ellas diferentes sonidos. En un punto quien escucha no está más en el jardín botánico de Medellín: yace navegando en un mar nuevo, no solo fruto de la representación sino del trance sonoro, el viaje al que guía la ocarina, cosmológico por naturaleza, en tanto es ella un caudal mismo de elementales: la tierra en el barro que da su forma, el agua con el que se moldea, el fuego que condensa su estructura, y el aire que respira por sus orificios, que al activarse debidamente, resultan en el sonido, razón de ser misma del instrumento, reunión cósmica.

El formato de Luis Fernando está finamente diseñado para no solo amplificar las ocarinas sino también para dejarlas en bucle y repartirlas por todo el espacio. Se van sumando a los ritmos del tambor y las aguas que envuelven la escucha para ir plasmando diferentes momentos. Oír conscientemente esta secuencia de sensaciones, hace de los oídos balsas en medio de algún tiempo fundido en la memoria colectiva, entre la tradición y el futuro ya visionado, entre la magia de recordar lo que tenemos en nuestras raíces y lo que proyectan nuestras ramas. Es el caudal, movimiento pleno entre las cosas, sin importar su escala, sin discriminar su pasado o futuro, solo atender a su más íntima fuerza, la de la transformación.