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Tras el caudal (VIII): Corriente infinita

El caudal es en sí mismo una afirmación del devenir como la única opción de límite: una oda a la paradoja de la constancia del cambio, la permanencia de la variación, la ubicación de la impermanencia. El caudal nunca termina, porque siempre está empezando, es un constante aquí y ahora, o mejor aún, una pregunta constante por cuál aquí, cuál ahora. Somos resultado del caudal, a su vez lo generamos, e igualmente nos vemos inevitablemente disueltos en este: somos el caudal.

A continuación cerramos nuestra bitácora para dejarla abierta, con palabras de Ana Ruíz Valencia, curadora del festival, junto con su conversación con lxs artistas en residencia:

Todos los proyectos son distintos pero suele haber una motivación inicial –temática, conceptual, material, un lugar en particular–. Siempre parte de algo: En este caso, de trabajar con sonido, en Medellín y con una excusa que serviría como punto de partida, que era importante para Auditum cuando me extendió la invitación a hacer la curaduría, que era la idea del agua. Sin embargo, me parece importante no ser demasiado literal en cómo se desarrolla un tema, sino tratar de profundizar y complejizarlo un poco. En este caso, esto se fue transformando en la noción de corriente en un sentido amplio: Al final lo que define a cualquier corriente no es el material que la conforma, sino el hecho de que hay algo que se mueve, y que no solo se mueve sino que se transforma gracias a ese movimiento.

La investigación curatorial se parece más a una investigación artística que a la investigación académica más tradicional. Es un asunto de ida y vuelta: puede hacer algunas nociones de partida, pero conocer el trabajo de los artistas termina informando mucho más y nutriendo la intuición curatorial inicial.

Algo que apareció en Caudal gracias a esas conversaciones con los artistas fue el aliento y la respiración como un principio muy potente dentro de esos caudales que estábamos buscando. Si al comienzo estábamos pensando en corrientes de escala planetaria, en la investigación comenzó a emerger la respiración como un flujo muy interesante, que hacía explícita la pregunta por qué es lo que hace que un algo se mueva de un lugar a otro, y además se transforme en el proceso. En el aliento, la respiración y por supuesto la voz de repente había algo que ayudaba a sentir más de cerca esa pregunta; cuando ese aliento interactúa con otros materiales como la cerámica o el metal, o cuando sirve para entablar conversaciones interespecie, como con las ocarinas, o cuando muchas respiraciones y cantos se unen e interactúan de formas variadas con la carga simbólica de un lugar, como con las cantadoras del grupo Orula en el río Medellín.

Todo esto, tal vez por lo cercano que estaba a la dimensión corporal, además sirvió siempre como un puente para activar otras memorias, relacionadas con procesos geológicos o históricos y sociales. Y eso era muy importante en Caudal: en vez de insistir en la excepción humana desde la negación, de tratar de evitar la presencia o impacto humano y de abstraerse completamente del mundo, en este caso era importante que quedara claro que todo es interdependiente, no solo desde un punto de vista geológico o biológico sino también energético y espiritual. Somos parte de este planeta, incluyendo lo que hacemos como individuos y como sociedad, incluyendo los mundos que creamos y habitamos y el pensamiento simbólico que sucede en torno a ellos.

Algo también importante dentro de ese statement de interconexión era separar la idea del silencio como algo deseable o de la escucha como una acción de silenciamiento del ser, para entender más bien cómo escuchar no implica quedarse callado sino activar el cuerpo y ponerlo en resonancia con lo que suena: y esas formas de resonar no son siempre consonantes, la disonancia y lo conflictivo son también parte de ese movimiento y de esa transformación, y la idea no es evitarlo o abstraerse de ello sino aprender a habitarlo.

Los lugares y momentos para hacer cada una de las acciones fueron emergiendo de la conversación con los artistas y de las necesidades de cada proyecto. Para Quanta Cordillera, por ejemplo, era muy importante coincidir con un horario en el que las aves estuvieran disponibles para escuchar y responder a los sonidos que ellos iban a trabajar, para entablar esa conversación. En casi todos los casos, el ambiente sonoro era prácticamente tan importante como la acción del artista invitado, entonces los lugares respondieron a eso. También creo que era importante expandir la idea de que la escucha o la experimentación sonora es algo que solo sucede en un contexto de auditorio o de concierto. Sacar a la escucha de esos lugares y formatos determinados era algo importante dentro de la idea de expandir y conectar con el sonido en un sentido más amplio, en particular en un contexto urbano con tantos ambientes sonoros distintos como Medellín.

Las prácticas sonoras de la ciudad… Creo que es algo que sigo descubriendo, lo que es claro es que hay un interés muy grande por la música electrónica en todas sus facetas. Algo que me ha costado un poco más es encontrar artistas que estén también interesados en otras dimensiones de lo sonoro, en sus cuestiones sociales, políticas, corporales, táctiles, espaciales, performativas e incluso filosóficas. Estoy segura de que es un campo que se puede desarrollar mucho más y que hay potencial y un ambiente artístico que puede estar abierto a acoger este tipo de indagaciones.

Conversatorio con Colectivo WeReBeRe (Sibaté, Colombia), Juanita Espinosa (Bogotá, Colombia), Vered Engelhard (Lima, Perú) y Falon Cañón (Bogotá, Colombia), sobre sus prácticas sonoras y artísticas, y sus proyectos de residencia y performances en el marco de Auditum 2022.