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Tras el caudal (VI): La escucha desnuda

En la mesa se vislumbran una serie de artefactos de todo tipo, la mayoría de ellos abiertos, exhibiendo sus circuitos, vísceras que serán posteriormente desgarradas y reconectadas de múltiples formas por Falon Cañón, artista que entrará en escena para desgüezar estos dispositivos, esto es, descomponer sus conexiones iniciales para recablear y explorar otras formas de los flujos de la señal y su impacto material dentro del sistema de amplificación y el espacio de La Pascasia, bella y emblemática casa vieja del centro de Medellín que ha acogido el impulso de Auditum desde hace un tiempo.

La acción de la artista no se limitará simplemente a activar sonidos de las máquinas, sino a buscarlos, cazarlos, al tiempo que se abre a la serendipia del proceso mismo, a los eventos sorpresivos que llegarán y con ello las repentinas rafagas de materia sonora intensa, habitualmente ubicada dentro de los confines del error y el ruido, que en este caso son insumos artísticos, materiales en bruto capaces de disponer nuestros cuerpos a una relación con el sonido que no se basa en las típicas estructuras y timbres, sino en la acción más agreste con la sonoridad cruda y la exigencia de la amplificación.

Falon comienza entonces desgüezando máquinas en tiempo real, ejerciendo su práctica de circuit bending en una grabadora que adquirió en Los Puentes, una zona de la ciudad donde se pueden adquirir toda clase de objetos usados. A diferencia de otro tipo de acciones de circuit bending, acá no se trata de un espacio limitado en términos de la amplificación de los dispositivos, con un sistema reducido de intensidad sonora, en una suerte de taller: aquí la acción es directa y desnuda, con la máquina conectada al sistema de altavoces de la sala, donde la radio de la grabadora va sintonizando diferentes emisoras que se distorsionan conforme Falon va haciendo puentes entre puntos de conexión que originalmente fueron diseñados para otras rutas.

La artista va quemando cables y soldando el circuito en tiempo real, delante de una pantalla grande que proyecta las acciones de sus manos y donde se pueden apreciar las máquinas siendo destripadas. Suenan canciones populares, voces e incluso el himno nacional, que también es arrazado por la distorsión y la degradación de sus, aprovechando el ruido como fuerza de transformación que en el momento aparece también como una acción política y disturptiva con el audio, una forma de alterar lo cotidiano para revelar dentro de sí otras formas y contenidos.

Tras alterar el circuito de la grabadora, Falon continúa con otros aparatos que tenía previamente desgüezados, para formar con ellos sus propios caudales de ruido intenso, exigente a los oídos, capaz de poner a temblar todo el lugar. Es una acción que recorre toda la casa. En sus diferentes salas, se sigue escuchando la exposición visceral de aparatos en corto circuito, explotando como una forma de materialidad sónica que puede considerarse extrema, pero que en otro sentido, es realmente sencilla, despojada de artilugios y pretensiones estéticas, una forma de exagerar el sonido desde la amplitud y la frecuencia, para a su vez disminuir la necesidad de lenguajes extrasonoros y disponer la escucha a un encuentro honesto con aquello que fluye entre las máquinas.

Las escuchas entran y salen del lugar, salvo algunas que permanecen durante todo el acto. La artista se toma una pausa y luego vuelve a escena para extender el torrencial de vibración y culminar en niveles sónicos fuertes donde a la final pareciese no haber ni postura política, ni estética, ni reflexiva: solo queda el sonido en su desnudez, pululando en la cóclea aún tras retirarse. La experiencia del silencio y la ausencia del sonido antes presente, se revela también como parte de la acción, similar a la poética de una ciudad tras una tormenta, donde todo parece más quieto antes del aguacero, pero en realidad es también fruto de la intensidad del agua, que en el caso de Falon es también inmersiva, también profunda, también impactante. Ella se baja del escenario pero la escucha por alguna razón no logra retirarse del evento, quizá porque la intensidad de los sonidos hace que algo se mantenga resonando por dentro, o quizá porque la mente también hace su corto circuito, también se reconecta, también queda en otra órbita tras el aluvión. Es desnudar el sonido para liberar la escucha, alterar la tecnología para revelar sus secretos, distorsionar e incomodar como formas de transformarnos.