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Tras el caudal (V): Sonoridad que integra

Vamos caminando por la 35, una calle principal de la ciudad, cuando de repente, al girar en una cuadra, la canalización va desapareciendo y queda la quebrada cruda, el río sin más fluyendo libremente. Es el comienzo del Parque lineal de los sentidos, un espacio en medio de la ciudad que funciona como pulmón y refugio verde, colmado de árboles que sus habitantes han ido sembrando con los años y donde todo tipo de aves, perros y personas confluyen en sus rutinas diarias.

Será este el lugar de nuestro encuentro de hoy, propicio para las Corrientes multiespecie, un concierto del dúo Quanta Cordillera, quienes valiéndose de artefactos electrónicos, computadoras, instrumentos tradicionales y artilugios sonoros varios, permitirán no solo la llegada de sus propios sonidos, sino ante todo, aquellos de otras entidades vivas, algunos de ellos evocados por medio de objetos, otros reproducidos en grabaciones de campo y también aquellos autóctonos del lugar, en tanto su performance, atento al espacio donde se encuentran, permitirá la aparición de las aves y la quebrada del parque, generando un encuentro con las mismas y con ello una apertura consciente al territorio y lo que implica su escucha.

La experiencia sonora de Quanta Cordillera comienza con una presentación de los seres que harán parte del encuentro: se presentan aves por su nombre y contexto, además de comentar sobre el uso de sus sonidos desde samplers y dispositivos electrónicos. Posteriormente el caudal fluye para desarrollar un paisaje diverso, siempre en movimiento, capaz de variar entre sonidos de pájaros hasta objetos que pareciesen imitar animales, como el caso de ranas recreadas con ranas de madera, pasando por una serie de melodías y ritmos sutiles que se tejen con guitarras, sintetizadores y material procesado. Es una amalgama de sensaciones que se nutre de lo humano y lo no-humano por igual, llevando la escucha a no distinguir entre ambas categorías y contrario a ello, permitir una fecundación mutua, un nuevo paisaje donde se diluyen las fronteras para abrir paso a la sonoridad como elemento unificador.

Las personas en el lugar se acuestan, se disponen en meditación y simplemente se dejan llevar por el sonido. Algunas tienen ranitas de madera que los artistas les entregaron previamente, y que Simón, integrante del dúo, llama a utilizar mediante una rana más grande, proponiendo así un proceso interactivo, donde todos nos reconocemos como agentes sónicos en la experiencia. Los músicos permanecen atentos a las aves del lugar, permitiendo que la música no solo dialogue con ellas, sino que les ofrezca respeto: es un acto de gratitud con ellas, una forma de utilizar el sonido para abrirles espacio, invitar a su reconocimiento, asumiendo así la escucha como un acto de apertura del propio ego y ruptura de las fronteras antropocéntricas, para convertirse no en un centro que capta sonidos de afuera, sino en un espacio, donde lo de adentro y lo de afuera conviven: yo y otro siendo lo mismo al sonar.

Esta misma sensación se mantendrá en el siguiente acto, que comenzará y se dirigirá al cuerpo, mediante estiramientos que buscan relajar y permitir la soltura de los pensamientos y todo lo que traemos de la semana en nuestra mente, para luego pasar a respirar, hacernos conscientes de la respiración, aquí no entendida diferente a la escucha: inhalar nos lleva al silencio, exhalar nos abre al sonido. Es un silencio que llama al sonido, abre espacio para este y nos permite fundirnos en él; a su vez es una sonoridad que conduce a silenciarnos, que abre la escucha, que busca llevarnos a nuestras profundidades, generando así el circulo del silencio sonoro.

Un baño de sonido, como explicó este servidor al comenzar la experiencia, no se trata de un concierto en el sentido tradicional del término: nose propone como una “obra” presentada por un “artista” ante un “público”, sino como una experiencia sonora donde todos los seres partícipes son a su vez los agentes responsables de lo creado, sin jerarquías, sin verticalidad, sin una pretensión propiamente estética o técnica, sino netamente inmersiva: de adentrarnos en el mar de la sonoridad para conducirnos en él hacia donde la escucha íntima y abierta nos quiera llevar.

La experiencia sonora en este caso se propone como una meditación guiada por los sonidos del silencio, donde la escucha como respiración dispone el cuerpo al reposo y la tranquilidad, a su vez permitiéndole a la mente acceder a estados despejados, sosegados o propicios para el viaje interior y la creatividad. Esto es logrado aquí al cruzar cuencos de cristal de cuarzo, con cuencos de metal, la voz y un sintetizador modular que mantiene un drone en varias capas. Las acciones se van dejando algunas en bucles en un pedal, donde se agregan también algunos efectos como delay y reverberación. De esta forma se van generando capas que van desde los sonidos armónicos, pasan por la disonancia y concluyen en la serenidad que permite la fricción de los cuencos de cristal.

La experiencia cierra de la misma forma que comenzó: con sonidos de ríos que van fluyendo a la par de los instrumentos, de forma que el caudal de emociones y sensaciones se acople a la sonoridad, y estos a su vez no pretendan una separación con el entorno sonoro del parque, contrario a ello, permitiendo una escucha que acepte los sonidos, que los integre, que reconozca la antropofonía, la biofonía y el devenir imaginario por igual, todos integrados desde la vibración misma, condición universal de las cosas vivas, que orgánicas o no, aquí se presentaron. Agradeciendo su presencia y permitiéndonos el reposo y la introspección, la escucha nos mostró su potencial de transformación, mostrándose no como un proceso de captación y caza de sonidos, sino como una actividad generativa, creativa, capaz de dirigir nuestro cuerpo, calmar nuestra mente y enseñarnos que la sonoridad como una fuerza de revelación, de nuevo: del silencio al sonido y viceversa.