Skip to content

Tras el caudal (IV): Los relatos salvajes

El sonido es camino y caminante, puede cumplir las funciones de señal cruda que no vehicula una información específica o igualmente puede ser un medio para la información más diversa. Algunos eventos materiales tienen la capacidad de generar un continuo de sonidos que puede verse tanto desde una perspectiva netamente concreta como desde un espacio propicio para la transmisión de conocimiento, como es el caso de entidades como los ríos y las rocas, que en su contacto con la consciencia humana, pueden evocar espacios, traer mensajes, devolver memorias y permitirnos establecer una relación diferente con lo que parece humano y lo que no.

Desde esta relación horizontal entre la entidad humana y no-humana, sin buscar una jerarquía y dirigiéndose más bien a un diálogo unidireccional, se abre paso el bardo, el mensajero interdimensional que localiza Jose Santamaría en los ríos de Antioquia, los cuales desde hace años graba para explorar su materialidad sónica a la par de paisajes electrónicos que cruzan fronteras entre el arte sonoro y la música para permitirse un espacio común que nos remite a la memoria como medio tanto del pasado como del futuro, un encuentro con la visión ancestral y su relación con la era tecnológica que nos compete.

El bardo va transmitiendo su mensaje por diferentes etapas y de diversas maneras. El viaje se teje en todo el espacio desde un sistema en 6 parlantes que se encargan de distribuir los objetos sonoros de una forma cuidadosa aunque libre, en tanto se va desenvolviendo en tiempo real, maniobrada por el artista mediante mediante controladores MIDI adheridos a su computadora. El parlante central mantiene siempre una estrecha relación con el caudal de ríos entretejidos, que a su vez se abren paso por las esquinas del lugar, sumergiendo una escucha que se va soltando a medida que conecta con la voz de las aguas.

Pulsos electrónicos, glitches y cajas de ritmo aparecen también en el torrente de vibraciones que hace retumbar el auditorio de Parque Explora. A ello se van sumando sutiles melodías y atmósferas tonales que envuelven la escucha más y más, al punto de permitirle concentrarse en el vaivén de emociones, ideas, silencios, figuras imaginarias y contrastes que se ven sumados en las profundidades, las de los ríos y las de la mente, por igual. Escuchar es aquí flotar, no solo porque se trate de ríos y estaciones acuosas, sino porque la manera en la que se disponen es la de un espacio leve, ingrávido, capaz de aligerar los cuerpos para permitirles navegar a libertad.

Tras la corriente de Santamaría, al un costado del recinto, bajo una luz roja, se vislumbra una mesa extensa con una serie de objetos varios, entre los que se cuelan rocas, sonajeros, pequeños silbatos, flautas y algunos dispositivos electrónicos, puestos a la espera de Vered Engelhard y su proyecto Canto Villano. Aunque no será la mesa el lugar para comenzar, dado que el artista opta por introducirse entre las personas sentadas en el suelo, caminando lentamente al ritmo de dos flautas enlazadas en un mismo soporte, de forma que a veces pueden sonar juntas, cercanas o separadas.

Lentamente va recorriendo Vered el lugar mientras va tejiendo suaves melodías que desde el primer soplido sugieren un rito, más que un mero concierto. Esto se reforzará en el performance, los gestos y la manera como el artista permitirá el movimiento de su cuerpo, enlazado íntimamente con los artefactos que luego comenzará a activar para establecer una serie de conexiones en escala micro y macrosónica, a su vez colmada de visión y simbolismo, sin por ello ser pretendidamente conceptual o cargada de elementos fuera de lo escuchado.

All llegar a la mesa, Vered se encuentra primero con rocas de diferentes tamaños, cuya fricción, choque y textura aprovecha para tejer pequeños sonidos que va dejando en loop mediante un pedal. Las rocas van cruzando ritmos, pulsos y deslizamientos para ir generando en diferentes capas una fascinante textura granular, que luego recibirá tonos sutiles de silbatos, flautas y otros instrumentos pequeños, encargados conjuntamente de ensamblar un espacio sonoro que también habitaran otros elementos protagónicos, como una concha de caracol de gran tamaño, que Vered activa desde su interior, desde las profundidades de la memoria ancestral, no solo generando tonos firmes sino también soplidos, respiraciones, el aliento del dragón que viaja en el tiempo mediante la sonoridad.

Posteriormente la danza de sonidos abrirá paso a más recursos, que van desde un sampler con eventos que se irán activando en diferentes momentos, hasta un parlante pequeño donde se contienen grabaciones de campo que el artista ha realizado los días anteriores en la ciudad, explorando sus caudales y generando espacio para el encuentro con el agua, a la que le canta con su propia voz en un momento donde de repente se detienen las texturas concretas para abrir paso a la lírica y la humanidad desnuda. Aunque ahí no acabaría: luego volverán recargados los objetos, generándose de nuevo una textura intensa, rocosa, que entre la abstracción y la crudeza de sus bucles, le permitirá a la escucha un ciclo inolvidable, entre lo que puede concebir habitualmente al oír y aquello que solo surge en medio de la congregación, aquello que transporta a otro momento, aquello profundo, inefable e iluminador que trae el salvaje mensaje del silencio.