Skip to content

Tras el caudal (III): Las entidades sónicas

La intimidad con la sonoridad es una cuestión de la escucha en tanto audible, pero también de la escucha como performance, más allá de la cóclea, asumida como movimiento y conexión de los cuerpos, humanos y no humanos, tangibles o no: un encuentro de entidades, una forma del caudal en la que se cruzan los eventos sin importar sus esquemas conceptuales. Allí los instrumentos no se tocan y los intérpretes no son simples ejecutores, porque ahí la relación es otra, profunda, capaz de algo distinto a la mera condensación jerárquica o categórica de las figuras escuchadas.

Las dos acciones del evento que tuvo lugar en el auditorio Teresita Gomez de la UdeA fueron muestras fidedignas de esta cuestión. Tras un corto conversatorio donde se introdujeron los universos sónicos que llegarían, las luces del recinto disminuyeron su intensidad, dejando solo una luz en el hábitat.

Nadie apareció al frente, pero el sonido comenzó a llegar. Era un murmullo tenue de frecuencias muy marcadas, un tono sutilmente modulado que luego se reveló conjurado por Juanita Espinosa con una pequeña vasija de cerámica con un micrófono lavalier adentro. Ella, vestida especial para la ocasión, estaba a un lado de la audiencia, espacio que minutos después recorrería con diversas vasijas, aprovechando la retroalimentación sonora como su recurso primordial.

Tras dejar pululando en el lugar varias siluetas sónicas, la artista pasaría al centro, donde la esperaban más recipientes fabricados artesanalmente, todos creados para generar diferentes tonalidades e intensidades de feedback, que Espinosa modula con las manos y la boca, a la par de movimientos de su cuerpo y una mirada que con el desarrollo del performance, se haría cada vez más intensa, conforme la entidad humana y las no humanas se iban adentrando en la ya entonces presente cueva, lugar donde aparecería la bestia.

Todas las entidades sonoras previas se convirtieron en presagios, en el desfile sónico que abriría paso al ser que emana de la vasija más grande, la cual acoge la artista en su vientre, para hacer con ella algo más que una interpretación: es una posesión en la escucha, una canalización de una criatura sónica sinigual, capaz no solo de manifestarse de forma contundente en el sistema de altavoces de la sala, sino también dentro de quien escucha, como si la bestia hiciese un llamado a la jauría que acusmáticamente trasciende desde el interior, generando un diálogo donde oír no se siente como un proceso de recepción, sino de transmutación y contraste, de exploración de un territorio donde las vibraciones acústicas son especies vivas que traen consigo una meditación profunda: el espacio, ya para entonces cueva, se vuelve un portal al impulso primigenio de saberse sonido.

Esta profundidad que se ensancha con la acción de Juanita, funciona a su vez como la antesala perfecta para lo que seguirá después: un vasto y diverso torrente de materia sónica comandado por tres agentes del proyecto de experimentación electroacústica Expr, quienes se encargarán de dirigir en los siguientes minutos un intenso viaje por figuras sonoras creadas desde tres elementos principales: violín procesado con artilugios como pedales, clarinete bajo acompañado de algunos objetos acústicos, y una estación electroacústica donde samplers, guitarra, efectos y artefactos sónicos completarán la ecuación.

Ver la ejecución de los instrumentos muestra la avidez de los intérpretes, pero no es comparable a lo que sucede a ojos cerrados: es una experiencia que llama a la escucha reducida, donde desaparece el violín, las máquinas, y donde las grabaciones de campo dejan de ser capturas de lugares para volverse fuentes de nuevos espacios, puntos de emanación de nuevos territorios, en los que la sonoridad funciona como paisaje y a la vez como el medio para recorrerlo. Expr construye universos vibratorios propios y variados, con un dinamismo deslumbrante donde a veces pareciera preparado lo que sucede, pero no: es una improvisación cruda en la que la escucha misma es responsable de la interacción, un espacio donde las manos son dirigidas por los oídos, encargados de construir y a la vez de permitirse la travesía.

Al final, Juanita vuelve a escena para sumarse al trío que ya iba flotando en la onda. Entre los cuatro, se encargan de completar el caudal, que para este momento ya no es de instrumentos interconectados, sino ante todo, de sensaciones que danzan libres entre la mente de quienes, absortos en la escucha, ya nos hemos olvidado incluso del nombre del auditorio y solo navegamos libremente en el infinito mar de sonido que se desató.